Pandemia

Fernando Albán e Iván Carvajal

 

El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte
Bento Spinoza

Cuando se sabe alguna cosa es siempre por gracia de la Naturaleza
Ludwig Wittgenstein

 

Biopoder

La pandemia ocasionada por el Covid-19 se ha extendido por vastas regiones del planeta; se puede decir que sus consecuencias adquieren una dimensión global. No sabemos cuántos seres humanos morirán a causa de la epidemia, ni cuánto tiempo tomará el controlarla, pero nos plantea cuestiones que deben ser abordadas críticamente. El confinamiento prolongado, el establecimiento de medidas de «estado de excepción» adoptadas prácticamente en todo el mundo, o, como prolongación de estas, aquellas que se proponen para el control de la movilidad de las personas ―prohibición de tránsito entre fronteras, seguimiento a través de sus teléfonos y otros aparatos personales, todo ello en nombre de la seguridad y de la salud―, deben ponernos en alerta frente a mecanismos que pueden derivar en la supresión de libertades básicas. Se condena a los seres humanos a vivir acuciados por el terror, en un mundo en que renuncian a la libertad en nombre de la seguridad.

En uno de los capítulos titulado «El panoptismo» de Vigilar y castigar, Foucault muestra la semejanza que existe entre un decreto promulgado en Francia a finales del siglo XVII, que establece las medidas que deben ser adoptadas en caso de que se declare la peste en una ciudad, y el dispositivo de vigilancia ideal que se erige bajo la forma del panóptico. En los dos casos se trata de la configuración de un espacio cerrado, vigilado hasta en el último de sus rincones, en el cual los individuos son controlados hasta en el más mínimo de sus desplazamientos. Este señalamiento sugiere que el «sueño político de la peste» consiste en la penetración del reglamento hasta en los estratos más íntimos de la existencia, configurando así el «funcionamiento capilar del poder». La peste, en tanto desorden potencial, apela a la disciplina como su correlato médico-político. Detrás del dispositivo disciplinario se encuentran el terror ante la posibilidad de contagio y la sed religiosa de salud.

En la novela La peste de Camus, el sacerdote y el médico mantienen roles protagónicos en medio de la epidemia, aun si sus funciones son antitéticas. El primero recomienda asumir una actitud resignada frente a los embates de la enfermedad, pues la suerte de los condenados corre a cuenta de la voluntad divina. El segundo, por el contrario, ha sido capaz de subrogar en sus funciones a la autoridad política, a fin de encaminar dispositivos de salud pública tendientes a detener la expansión del contagio. Ahora bien, en un escenario en el que el médico substituye al gobernante, lo político deviene en simple administración de la vida desnuda. La política se convierte así en administración de la vida humana, entendida como mero proceso biológico.

La cancelación de la actividad política despliega la omnipresencia de los dispositivos de control y la multiplicación de medidas tendientes a mantener el distanciamiento social y restringir las libertades; el estado no apela a la responsabilidad de los individuos, a su comprensión de lo que está en juego en una pandemia, sino que impone el terror; no apela al uso de la razón frente a la adversidad, sino que a través de la coerción se subsume al individuo, al ciudadano, en la “minoría de edad” de la que hablaba Kant.

El biopoder, el control ejercido sobre las comunidades en nombre de la defensa de la vida, se ejerce con el declarado propósito de enfrentar la guerra contra el «enemigo invisible». La metáfora de la «guerra» contra el virus pone en evidencia el desplazamiento de la política y su sustitución por la técnica médica. Clausewitz, uno de los generales prusianos derrotados por Napoleón en Jena, supo resumir el sentido de la guerra: la continuidad de la política con otros medios. Pero entre el hombre y el virus no hay política posible, por tanto, tampoco guerra ―la inmunidad de los organismos solo pedagógicamente puede explicarse como una guerra entre agentes patógenos y anticuerpos―, aunque el estado de excepción se imponga bajo el supuesto de la guerra. Sin embargo, lo que sí es posible advertir en medio de la pandemia es la guerra global que se libra entre potencias por el dominio y la reorganización del poder, del “nuevo orden mundial”, la guerra económica que se agudizará en todo el planeta como consecuencia de la crisis que ya estaba anunciada aun antes de que surgiera el Covid-19.

¿Acaso el mundo del futuro acabará por excluir la libertad de movimiento y de reunión en nombre de la seguridad? ¿Acabarán los muros o las medidas de distanciamiento por imponerse frente al encuentro, siempre incierto, nunca del todo seguro y siempre probablemente peligroso, entre individuos o comunidades o culturas diferentes? ¿Terminaremos por cerrar las puertas de «la casa» ya no solo al extranjero sino también al amigo, en nombre de que debemos protegernos de los contagios? ¿Acabará el miedo por imponerse frente a la hospitalidad? ¿No nos abrazaremos, no nos besaremos nunca más o durante prolongados períodos de tiempo?

 

Confinamiento e inmunidad

La metáfora «guerra contra el enemigo invisible» se vincula con otro desplazamiento de sentido que tiene que ver con el término «inmunidad», una transposición que, en este caso, va en sentido inverso a la anterior, desde el ámbito de la biología al de la biopolítica. La «inmunidad», en sentido biológico, es el proceso de respuesta de un organismo vivo ante la presencia de agentes externos patógeneos, por caso, los virus o las bacterias. Los organismos reaccionan a fin de eliminar a tales agentes, a fin de crear los anticuerpos, es decir, los compuestos bioquímicos que anulan a esos agentes externos o a sus efectos. Las vacunas son dispositivos de la técnica médica que realizan «artificialmente», bajo el modelo que existe en la «naturaleza», una contaminación controlada de los individuos ―hombres, animales― para provocar la inmunidad. Pero en el ámbito jurídico la inmunidad tiene un significado diferente: la excepcionalidad de quien no está sujeto a la norma, o que no puede ser juzgado por la ley, salvo que se modifique su estatus legal. Es la inmunidad de la que gozan gobernantes, parlamentarios, jueces. Es la inmunidad que se opone a la condición común (la comunidad). En extremo, es la inmunidad del monarca, del dictador, del soberano. El soberano es quien decide el estado de excepción, decía Schmitt.

Sin embargo, se ha tejido otro significado de inmunidad que traslada, como decíamos, el sentido que tiene en el ámbito biológico o bioquímico al de la política: la eliminación del extraño, del extranjero, del parásito social. Siguiendo la lógica de lo inmune, el individuo (yo, ego) es coaccionado para que cierre su originaria apertura y se retraiga al ámbito privado de la intimidad, de la familiaridad, que lo exonera de la obligación respecto del otro. Recluido en el caparazón de la subjetividad, cortado del ser en común, yace acosado por el temor al contagio, ya no solo del organismo (la enfermedad: la peste, la locura, la lepra, el sida), sino moral (el mal, la perversión, las drogas, el alcohol), religioso (el pecado), político (la traición, la incorrección, la rebeldía). Pero la aspiración a la inmunidad ha estado también en el origen del trazado de las fronteras, de la construcción de muros, de la erección de fortalezas; se prohíbe la inmigración, se expulsa a los migrantes a las desamparadas tierras de nadie, se los abandona para que se ahoguen en el mar o en algún contenedor. O, más cerca aún de nuestra experiencia, se edifican conjuntos residenciales cerrados y vigilados por policías privadas, mientras se tejen redes de enclaustramiento en torno a las poblaciones marginales con las policías públicas.

En la crispación del terror al contagio que provoca el Covid-19 se combinan peligrosamente el miedo irracional a una enfermedad de la que todavía conocemos muy poco, para la que aún se carece de fármacos, y el miedo al extraño, al que se rechaza en realidad porque es el diferente, y al que por el mero hecho de venir de otra parte, de ser diferente, se condena tan solo porque podría ser un portador del virus de la muerte. El extremo del uso cínico de estos diversos sentidos de «inmunidad» lo acaba de hacer Trump cuando soberanamente prohíbe la inmigración a los Estados Unidos como consecuencia de la pandemia.

Obviamente, la pandemia requiere de algunas medidas necesarias para reducir los contagios, la morbilidad y la mortalidad. Pero sin duda la consigna «¡Quédate en casa!» puede verse como un ocultamiento de la desigualdad, incluso ofensiva, entre quienes viven en la opulencia y la ostentan en las redes sociales aun en medio de la catástrofe, y quienes viven en hacinamientos de pobreza extrema o simplemente en las calles. ¿Qué grado de responsabilidad tienen los gobiernos al ordenar el encierro de cientos de miles de personas que viven de lo que producen y comercian diariamente? ¿Qué parte de la población tiene realmente capacidad de ahorro para auto recluirse en una situación de este tipo? ¿Qué «casa» poseen los pobres de solemnidad, los habitantes de barrios marginales, cuál tienen los migrantes abandonados en las fronteras, en tierras de nadie, los expulsados por la guerra o por el hambre? Hay razón para preocuparse por las consecuencias de un encierro prolongado «en casa»: crisis sicológicas, incremento de maltratos intrafamiliares. ¿Cuánto tiempo pueden soportar los niños encerrados, cuáles van a ser las consecuencias sicológicas y físicas de su encierro? La consigna «¡Lávate las manos!» puede resultar indignante para millones de seres humanos que viven sin acceso al agua potable, en medio de la insalubridad o de sequías permanentes. La pandemia ha desvelado la crisis de los sistemas sanitarios, sea por su precariedad o sea porque los estados han desmantelado o debilitado las condiciones de los servicios públicos. Ha mostrado también la crisis de los sistemas públicos de educación, la miseria cultural de los medios de comunicación de masas que usufructúan de la información precaria y amarillista sobre la pandemia.

Por otra parte, se incita a transformar «la casa» en una prolongación del lugar de trabajo. El lugar de descanso, de esparcimiento, de convivencia con la pareja, con los hijos, con los ancianos, se convierte en mera instancia del lugar del trabajo. ¿Qué está en juego en esta borradura de límites? Incluso se postula que ese será el futuro del trabajo, de la educación. ¿A distancia, sin cercanía física entre los individuos? ¿Sexualidad virtual?… ¿Qué está en juego cuando por las limitaciones de los sistemas de salud hay que decidir a quiénes se sacrifica?, ¿a qué personal, a qué enfermos? ¿Qué resurge detrás de los chivos emisarios a quienes se debe sacrificar o en quienes se descarga la culpabilidad por la pandemia?

Pero la pandemia del Covid-19 es solo una de las catástrofes que posiblemente deba enfrentar la humanidad en estos próximos decenios. ¿Sería deseable un sistema de gobierno mundial que sin apelar al estado de excepción pueda dirigir acciones necesarias, sustentadas en el conocimiento científico y en un manejo razonable de los dispositivos técnicos, para enfrentar probables catástrofes, la destrucción de ecosistemas, o nuevas pandemias? ¿Sería posible?… ¿O debemos prepararnos para enfrentar esas catástrofes casi desguarnecidos, en manos de precarias democracias liberales cada vez más débiles, o tendremos que someternos a sistemas autoritarios de gobierno, capaces de disponer el enclaustramiento total de poblaciones enteras y otras disposiciones semejantes de la biopolítica en curso?

Hoy, la pandemia y los esfuerzos por detenerla han convertido al mundo entero en un laboratorio, en el cual se han puesto en marcha nuevas configuraciones biopolíticas que apuntan hacia el futuro. Toda biopolítica, es decir, el usufructo de la vida de los seres humanos controlados desde el poder, tiene su correlato en una tanatopolítica: los desechables, los que deben ser excluidos, los condenados a morir. Biopolítica y tanatopolítica se juegan en una dimensión global, en todo el planeta. Ante el riesgo, hoy más presente que nunca, de que el biopoder haga del estado de excepción una condición permanente de la política, o más precisamente, de supresión de la política, cabe que se apele a la voluntad de hospitalidad, una apertura incondicional que me libre y arroje al encuentro del otro, y que debe preceder a cualquier «estar en casa». Aun en casa soy el rehén de aquel para el cual la puerta debe quedar siempre abierta.

 

Los mismos caminos

Luis López López

 

¡Quédate en casa!, y ¿a dónde vamos a ir?, el mundo es nuestra casa.

Miles de kilómetro de caminos conformaron las rutas de conección del antiguo imperio romano y fueron el medio de expansión de la peste que arrasó su población. El mundo, en los límites conocidos para el imperio, fue asolado por este mal.

Cuántas ocasiones se han repetido estos hechos en los siglos siguientes, producidos por virus o bacterias, o por guerras y otros males cuyo origen está en el hombre. Los entes biológicos que diezman poblaciones no se trasladan por sí mismos, lo hacen en cuerpos humanos, por medios que el hombre ha creado y en circunstancias que él ha producido.

En la Roma de inicios del primer milenio fueron los caminos, hoy la interconexión aérea. El caminar tornaba lenta la contaminación viral, los vuelos intercontinentales conectaron el mundo en cuestión de horas; pero las conexiones virales requieren contenedores. La amenaza mayor de la actualidad, las altas concentraciones de CO2 en la atmósfera, causante del efecto invernadero y por ende el cambio climático, ni siquiera requiere de medios corporales o de transporte. Los millones de toneladas de CO2 que se producen en el mundo se distribuyen sin medio identificable; es el aire, es el viento, es la distribución de calor que enferma a todo el planeta por igual.

¿Qué sucederá en uno o dos años, cuando la posible vacuna inmunice a la población planetaria, o incluso antes, si creemos al científico israelí Isaac Ben – Israel, que afirma que luego de los 70 días el virus “desaparece en gran medida”? Yo arriesgo estas conjeturas como tantas otras que pululan y que dan cuenta de la contingencia del acontecimiento y lo que de él se predice.

¿Hay un antes y un después del covid-19?

¿Qué le hace particularmente especial y diferente a ésta pandemia de las otras que ha sufrido y sufre la humanidad y el planeta para que un cambio radical se produzca? ¿Guerras, plagas, virus, calentamiento global, y un sinfín de etcéteras, serán por fin erradicadas de la historia humana y natural?

Imaginémonos al “ángel de la historia” que mira luego de un año de pasada esta crisis, ¿acaso se va a reflejar en sus ojos una distinción entre las innumerables catástrofes que ha vivido la humanidad?, ¿el espanto por la destrucción y la muerte se diferenciarán ante él? Y dentro de unas décadas, siglos o milenos, ¿cómo será su mirada?… si es que la vida humana aún se mantiene sobre el planeta.

“La historia no tiene fin. No nos espera la tierra prometida ni su opuesto, que es la catástrofe. Esta crisis estalla en medio de un proceso que ya lleva tiempo en marcha y acelera extraordinariamente sus tiempos”, afirma Massimo Cacciari en una de sus últimas entrevistas, y concluye afirmando que “no hay ninguna ruptura en la historia. Los imbéciles han permanecido exactamente igual que antes del coronavirus.”

Mi intención inicial fue escribir un artículo sobre la crisis que vivimos, pero lo mío es más la lectura que la escritura, por lo que decidí compartir ―con las disculpas debidas― un conjunto de citas del libro: Sopa de Wuhan, Editorial: ASPO, (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 1.a edición: marzo 2020.

 

Franco “Bifo” Berardi (16 de marzo) Crónica de la psicodeflación

“…el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.”

“El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global. Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.”

“La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.”

“Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.”

“Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.”

“El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.”

Alain Badiou (21 de marzo) Sobre la situación epidémica

“Aquí llegamos a una contradicción mayor del mundo contemporáneo: la economía, incluido el proceso de producción en masa de objetos manufacturados, es parte del mercado mundial. Pero, por otro lado, los poderes políticos siguen siendo esencialmente nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos, antiguos (Europa y Estados Unidos) y nuevos (China, Japón…) prohíbe todo proceso de un Estado capitalista mundial.”

“…en ninguna potencia occidental la guerra provocó una revolución victoriosa. La lección de todo esto es clara: la epidemia actual no tendrá, como tal, como epidemia, ninguna consecuencia política significativa en un país como Francia.”

“…hay que aprovechar el interludio epidémico, e incluso, el confinamiento (por supuesto, necesario), para trabajar en nuevas figuras de la política, en el proyecto de lugares políticos nuevos y en el progreso transnacional de una tercera etapa del comunismo, después de aquella brillante de su invención, y de aquella, interesante pero finalmente vencida de su experimentación estatal.”

“También implicará una crítica rigurosa de toda idea que plantee que fenómenos como una epidemia abren algo políticamente innovador por ellos mismos.”

“…las pretendidas “redes sociales” muestran una vez más que ellas son (además del hecho de que engordan a los multimillonarios del momento) un lugar de propagación de la parálisis mental fanfarrona, de los rumores fuera de control, del descubrimiento de las “novedades” antediluvianas, cuando no es más que simple oscurantismo fascista.”

David Harvey (22 de marzo) Política anticapitalista en tiempos de coronavirus

“El modelo neoliberal descansa de manera creciente en capital ficticio y en una ingente expansión de la oferta de dinero y creación de deuda.

Durante mucho tiempo había rechazado yo la idea de “naturaleza” como algo exterior y separado de la cultura, la economía y la vida diaria. Adopto una visión más dialéctica y relacional de la relación metabólica con la naturaleza.”

“Los virus van mutando todo el tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas.”

Byung-Chul Han (22 de marzo) La emergencia viral y el mundo de mañana

“La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital.”

“Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.”

“…en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.”

“Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor.”

“Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.”

“El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza.”

“La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”

Markus Gabriel (27 de marzo) El virus, el sistema letal y algunas pistas…

“…no lo olvidemos, la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento autoexterminio del ser humano.”

“El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal.”

“¿Por qué la solidaridad se despierta con el conocimiento médico y virológico, pero no con la conciencia filosófica de que la única salida de la globalización suicida es un orden mundial que supere la acumulación de estados nacionales enfrentados entre sí obedeciendo a una estúpida lógica económica cuantitativa? Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos exterminará y ningún virólogo nos podrá salvar.”

Patricia Manrique (27 de marzo) Hospitalidad e inmunidad virtuosa

“…la mano invisible del mercado, más invisible que nunca, se ha demostrado incapaz de sostener la vida, llevando a sus defensores a clamar por lo comunitario-estatal”

“…estamos en manos de psicópatas y de un sistema necropolítico, absoluta y desvergonzadamente asesino.”

“…como ha investigado Roberto Esposito, en Communitas. Origen y destino de la comunidad (1998) y en Inmunitas. Protección y negación de la vida (2002), el doble invertido de la communitas, la inmunitas, la inmunización, se ha impuesto hasta prácticamente eliminar la communitas, el común munus, la obligación recíproca debida entre seres humanos que sólo somos en común.”

“Hay en la inmunitas, pues, un componente antisocial y anticomunitario, ya que interrumpe el circuito social de donación recíproca al que apunta communitas.”

“…también pueden procurarse formas de entender la identidad de un modo abierto y no excluyente para hacer que lo inmune no sea enemigo de lo común. Buscar una inmunidad virtuosa, comunitaria, evidentemente necesaria en el caso del coronavirus, una inmunidad comunitaria en la que lo que debe importarnos no es la propia protección si no la de otros y otras, que suponga que la lucha por la salud sea una responsabilidad compartida, que requiere del concurso de todas y todos para todas y todos.”

“…una gestión comunitaria de la inmunidad, una inmunidad negociada, eso rompe con el mantra del aislamiento completo de los enfermos y enfermas, de su individuación, de la frontera radical, de la imaginería de la separación como toda solución… Cambiar la mirada abre puertas a nuevas soluciones.”

Paul B. Preciado (28 de marzo) Aprendiendo del virus

“Roberto Espósito analizó las relaciones entre la noción política de “comunidad” y la noción biomédica y epidemiológica de “inmunidad”. La comunidad es cum (con) munus (deber, ley, obligación, pero también ofrenda): un grupo humano religado por una ley y una obligación común, pero también por un regalo, por una ofrenda. El sustantivo inmunitas, es un vocablo privativo que deriva de negar el munus.”

“Esa es la paradoja de la biopolítica: todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberanía. El estado de excepción es la normalización de esta insoportable paradoja.”

“…lo que entendemos por inmunidad se construye colectivamente a través de criterios sociales y políticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte.”

“Si volvemos a pensar la historia de algunas de las epidemias mundiales de los cinco últimos siglos bajo el prisma que nos ofrecen Michel Foucault, Roberto Espósito y Emily Martin es posible elaborar una hipótesis que podría tomar la forma de una ecuación: dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré qué formas tomarán tus epidemias y cómo las afrontarás.”

“…el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus límites.”

“Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberoral, de una sociedad orgánica a una sociedad digital, de una economía industrial a una economía inmaterial, de una forma de control disciplinario y arquitectónico, a formas de control microprostéticas y mediático- cibernéticas.”

“…nuestras máquinas portátiles de telecomunicación son nuestros nuevos carceleros y nuestros interiores domésticos se han convertido en la prisión blanda y ultraconectada del futuro.”

“Es precisamente porque nuestros cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos las nuevas células de biovigilancia que se vuelve más urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipación cognitiva y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos antagonistas.”

“Los Gobiernos llaman al encierro y al teletrabajo. Nosotros sabemos que llaman a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos en la revolución que viene.”

La pandemia como alteración simbiótica

Julio Echeverría

 

 

“Nunca hemos sido mejores que en el pasado, simplemente vamos siendo diferentes, cuando un sistema colapsa lo reemplazamos por uno más fuerte, no por uno mejor”

C. Pino, Postales del Coronavirus, 14.04.2020, The New York Times

 

 

La letalidad del coronavirus, su carácter pandémico, pone en evidencia la ruptura de la condición simbiótica en la que se reproduce de manera compleja la sociedad humana.

La zoonosis que parecería estar en el origen de la pandemia del coronavirus lo describe, la domesticación acelerada de animales silvestres operada en el mercado de Wuhan, indica la ruptura de la relación simbiótica existente entre bosques y humanos, animales y humanos. Todas las especies conviven con virus, muchas de ellas “son portadoras de formas virales únicas” que pueden migrar hacia nuevos huéspedes. Lo dice D. Quammen en su libro Spillover, “cuando los humanos interferimos en los diversos ecosistemas, cuando desforestamos, cavamos pozos y minas, capturamos animales, los matamos o los capturamos vivos para venderlos en un mercado, alteramos estos ecosistemas y desencadenamos virus” (D. Quammen: 2014). El Coronavirus se transmite entre mamíferos y encuentra en los sistemas debilitados de los humanos (sistemas inmunodeprimidos), o en los pulmones afectados por la contaminación, el lugar más adecuado para hospedarse.

Una particular característica del Coronavirus que potencia su capacidad de diseminación a escala global, tiene que ver con las formas del contagio, se difunde y penetra en las personas y demora días antes de que se observen sus síntomas. Esta característica dificultó sobre manera la capacidad del diagnóstico y puso en jaque a cualquier intento de respuesta rápida, de prevención o control de su expansión.

El virus es un agente de comunicación que penetra en la célula y altera el código de su funcionamiento, al ponerla a trabajar para posibilitar su propia reproducción. Su poder de penetración y expansión esta referido a su capacidad de contaminación, a la posibilidad de transmitir la letalidad viral y distribuirla en la totalidad del cuerpo social. El reconocer que es un fenómeno que potencialmente afecta a todos, reclama el principio de generalidad, pero al mismo tiempo pone en causa el principio de individualidad, porque refiere a un agente que se instala en la estructura celular de cada cuerpo, de cada individuo. El coronavirus afecta radicalmente la dimensión de lo publico y lo privado, de lo íntimo y lo colectivo.

El virus desata miedo y pánico, lo que a su vez entorpece la capacidad de respuesta inmunológica. Cada país y Estado intenta salidas desesperadas y lo que domina es una colosal descoordinación, que alimenta aún más la percepción de descontrol. El pánico desata la proliferación del virus, porque la socialidad se vuelve el medio para su diseminación, al transmitirse de individuo a individuo. El virus afecta la estructura misma de la relación social, que reside en el encuentro entre individuos, afecta la producción del espacio público.

La salida más apurada y extrema fue el confinamiento. El obligado regreso a la intimidad, luego de que la dimensión de lo público, de la aglomeración, se había vuelto patógena, afectando la sostenibidad misma de esa ‘forma’ de estar en el mundo.

La sociedad digitalizada, de alguna forma, preanunciaba este regreso a la privacidad e intimidad, lo hacía a traves de la conexión virtual, estar en lo público desde el poder del dígito que expresa la volición individual. No hay más señal de individualidad que la huella digitalizada y más evidencia de lo público que la conexión en el ciberespacio de la colectividad. Si algo ha funcionado en las áreas de confinamiento son las redes sociales, han construido la realidad del miedo y del pánico, han socializado los estados de ánimo, la reflexividad colectiva, el conocimiento científico, hasta el punto de permitir seguir en tiempo real la construcción de protocolos de investigación, de hallazgos terapéuticos, de dispositivos de inmunización, de construcción y manejo de datos; una amplísima producción de reflexividad colectiva, que se incrementa mientras el virus expande y despliega su letalidad.

 

La letalidad del virus

La presencia letal del virus advierte sobre la ruptura del momento simbiótico en el cual existen y se reproducen los sistemas biológico y sociocultural. Lo que se afecta con el coronavirus es la capacidad de relacionamiento con el ambiente, ‘con lo otro’, con aquello que no esta aún, pero que puede estar, que no es pero que puede ser. Es esa dimensión la portadora de inestabilidad, la que exige ser estabilizada, pero que puede serlo solamente de manera contingente. El miedo y el pánico es justamente a la pérdida de esta condición de equilibrio contingente.

La fórmula del enemigo invisible con la cual se describe al virus es parcialmente verdadera, existe a pesar de que no se lo observa a simple vista, para ello se requiere de tests y de microscopios, de cámaras que detectan su presencia en la temperatura corporal de los sujetos, en lugares donde estos se aglomeran. Es allí donde el virus encuentra las mejores condiciones para su reproducción. La aglomeración es el medio en el cual se realiza la vida social y donde el virus se reproduce. El virus pone en cuestión la posibilidad del encuentro público, por ello la intervención del sistema sanitario propone el ‘distanciamiento social’ como cura, como terapia de inmunización.

El virus advierte sobre la centralidad de esta dimensión de la vida social que, por efectos de la acelerada urbanización, se transforma en foco de contaminación incontrolable. Por intervención del virus, la dimensión de lo público como lugar del encuentro se torna en su opuesto, en lugar del silencio, de la anulación de esa posibilidad. El coronavirus obliga al actor social a recluirse en la privacidad, en su intimidad, en la familia que re-emerge como célula de la vida social y como cerco básico de inmunidad y de inmunización. La familia es el núcleo de control básico, es el espacio de formación donde el individuo aprende el ‘estar juntos’. El virus obliga a re aprender el estar juntos, a convivir obligadamente en ese espacio, a abandonar el ‘estar afuera’, como espacio de la indistinción y aleatoriedad de los encuentros.

El virus pone en claro el desborde de la posibilidad del encuentro si este es pensado desde la perspectiva de la communitas; esta ya no es viable en el contexto de la aglomeración ultramoderna globalizada, hecha de sistemáticas rupturas y alteraciones del principio comunitario. Las migraciones crecientes no son otra cosa que el resultado de la ruptura de la comunidad, masas de población que son expulsadas de sus lugares de origen y propulsadas a aglomerarse en las periferias de las grandes ciudades. Las aglomeraciones urbanas ya no son sostenibles, son focos de contaminación, reservorios de precariedad y de mala vida.

La presencia del virus induce a pensar que las actuales formas de la aglomeración no son sostenibles, que lo que se entendía como espacio público no es consistente con las aglomeraciones urbanas de las ciudades postmodernas del tardo capitalismo. Lo que el virus afecta es a esa ilusoriedad del espacio público, que se representaba en el concepto de la Polis, lugar del diálogo en el cual acontece el reconocimiento de la existencia del otro, lugar en el cual se completa la subjetividad.

El virus amenaza con aniquilar ese espacio de la materialidad de los encuentros, pero más que nada esa ilusoriedad que es necesaria para el reconocimiento subjetivo y que deviene en semántica que ordena los comportamientos entre las personas. Esa dimensión que no ofrece la familia, sino que al contrario, se la encuentra saliendo de ella.

 

El principio de inmunidad

La emergencia de la pandemia nos instala en la dominancia del paradigma inmunitario (R. Esposito). Es este paradigma el que nos permite acceder de manera más clara a la comprensión del fenómeno, a descubrir la estrecha vinculación que existe entre cuerpo y poder. Ya no es solamente el contagio derivado de un agente biológico que lo altera todo, junto a él se movilizan los estados y sus aparatos de salud con sus diferenciadas estrategias sanitarias.

El convivir con la alteridad que constituye al espacio público, está atravesado por el principio inmunitario; la sociedad se proteje de sí misma, predispone un conjunto de estrategias que no son otra cosa que filtros que permiten el encuentro y la estabilización perentoria que une a los individuos en sociedad. La contaminación viral afecta a este sistema de inmunidad gracias al cual se reproduce la sociedad y el organismo vivo.

El principio inmunitario existe sin que lo advirtamos necesariamente, está en las conductas de la socialización y del encuentro. Todo encuentro supone un nivel de riesgo que es procesado por la subjetividad, es la llamada ‘interiorización de la alteridad’, es la necesaria convivencia con el otro, al punto de que este pasa a ser parte del sí mismo. Toda la psicología desde Freud en adelante la trata como sujeción a la dominancia del súper- yo, de esa fuerza de representación en lo colectivo, que somete y reclama. La vida social es, desde esta perspectiva, conminatoria y puede asemejarse a una celda o a un campo de concentración. Esposito contrapone la immunitas a la communitas, justamente para resaltar el estado de subordinación al que se somete el individuo bajo los dictámenes de la comunidad; este debe in munus, esto es, inmunizarse de ese contacto en el cual puede sucumbir su libertad, la posibilidad de ser sí mismo. No hay posibilidad de societas, sin immunitas.

Entonces, ¿qué relación es posible establecer entre la pandemia del Coronavirus y el principio de inmunidad? ¿Qué relación existe entre la afectación de la relación con los bosques y los animales silvestres, y la afectación de las relaciones sociales en el espacio publico? ¿Qué acontece con la aglomeración, si esta no es adecuadamente producida y procesada?

Instalados en esta reflexión, es claro que no se requiere de la pandemia para observar la presencia y pertinencia del paradigma inmunitario. La sociedad está permanentemente protegiéndose, inmunizándose de esa potencial presencia aniquiladora que se encierra en la aglomeración, y al mismo tiempo del efecto de disociación, que puede producirse en ese ambiente propicio. Es gracias al paradigma inmunitario que la sociedad se protege de la amenaza de su propia desintegración, que está latente en cada acto de relacionamiento o de encuentro. La magistral obra de N. Elías documenta esta permanente construcción de mecanismos o filtros de producción de civilidad, que permiten el ‘estar juntos’ e impiden caer en la des configuración que aparece como pérdida de sentido. Es esta la sociología de los afectos y de la eroticidad, de los acercamientos y de las distancias, de las rupturas y de los encuentros, de los que esta hecha la vida social.

El coronavirus obliga a pensar y reflexionar sobre ese ‘estar en el mundo’, sobre el cómo relacionarse con el otro, sobre el cómo respetar el ‘espacio publico’ y no volverlo lugar de contaminación, de avasallamiento del otro. El virus lo pone de manera cruda, desnuda la condición de las relaciones sociales y obliga a repensarlas radicalmente.

 

Simbiosis y homeostasis social

La letalidad del virus afecta esa condición de estabilidad dinámica, que permite la interacción entre elementos diferenciados. Al hacerlo, pone en evidencia aquello que caracteriza a toda relación social o biológica, que es la contingencia, esto es, la posibilidad del ‘no ser’, la de la caída de esa condición de estabilidad.

La vida social no es estable ni su desarrollo es lineal, está hecha de rupturas, de crisis y adaptaciones permanentes. Lo simbiótico aparece como una solucion emergente de estabilizacion dinámica, como equilibrio entre la necesidad de ser, de reproducirse y el límite que requiere esa necesidad para afirmarse: el límite es necesario para que esa afirmación acontezca.

El virus afecta esa pulsión del individuo por estar en lo público, por encontrar al ‘otro’, por establecer allí el espacio de la experimentación de si mismo y probar la posibilidad de su realización. El equilibrio hace referencia a la necesidad de satisfacer esa pulsión, que se ve amenazada permanentemente al afectarse y romperse la solución simbiótica. El momento en el cual el límite es sobrepasado por la propia pulsión de realización, se rompe el equilibrio y la potencia con la cual opera el deseo, gira hacia la apropiación posesiva del ambiente externo.

El ambiente externo es necesario, de él se extrae la energía que requiere la reproducción del sistema. La relación con el ambiente resultará de operaciones selectivas que extraen del ambiente lo más congruente con las exigencias de la propia reproducción homeostática. Simbiosis y homeostasis refieren a la capacidad sistémica de procesamiento del ambiente externo e interno. El ambiente natural y el ambiente social se vuelven materia de la selectividad homeostática (W. R. Ashby). Un no adecuado o congruente encuentro con el ambiente puede producir alteraciones en el campo de la psique como en el del funcionamiento orgánico de la célula y del cuerpo, puede generar patologías. Toda patología es resultado de una pulsión por aprehender el ambiente no adecuadamente procesada. Esta pulsión no descarga su energía en el procesamiento del ambiente externo; al contrario, gira sobre sí misma sin el freno o límite que esta requiere necesariamente. El virus utiliza esa pulsión redundante y desata allí su poder contaminante; al no encontrar el filtro inhibitorio que lo procese adecuadamente, al no encontrar ese límite, ingresa y disemina su poder de anulación.

El virus, con su despliegue destructivo, solo puede ser detenido mediante una operación de contención de la ruptura del momento simbiótico; contención es aquí disciplinamiento del deseo, establecimiento de un filtro selectivo a través del cual este proyecte su realización; el filtro es contención, es inmunización frente a un procesamiento del ambiente que desborda el equilibrio homeostático. El distanciamiento social es una operación necesaria para la estabilización homeostática, trabaja con la autocontención que requiere el encuentro simbiótico; la distancia es necesaria para entablar nuevos encuentros, para mantener la estabilidad dinámica del permanente procesamiento del ambiente. Si algo se afecta con la presencia del virus es la posibilidad del encuentro entre los cuerpos, de la mirada cara a cara, de la riqueza gestual que hace posible la relación entre humanos y sobre la cual se construyen las relaciones afectivas. El reestablecimento del equilibrio homeostático tendrá que ver con la recuperación de esa posibilidad.

 

¿Cómo reconfigurar la relación simbiótica?

La presencia disruptiva del virus y su diseminación incontrolable, el confinamiento obligado al que se ve abocada la sociedad, emula la operación que realiza todo sistema biológico y cultural para responder al ambiente; sin clausura, la capacidad de respuesta puede caer en el apresuramiento o en el aturdimiento. La letalidad del virus en mucho se explica por la respuesta apresurada y aturdida de los sistemas sanitarios, por su impreparación, configurada por la misma alteración simbiótica que venia ya produciéndose.

Al pensar en el post COVID 19 y en las lógicas de clausura a las cuales se ha visto abocada la sociedad, las respuestas tienden a pasar por alto la complejidad propia de la estabilización de los sistemas sociales y biológicos, así como la lógica de inmunización que es propia de toda sociedad y de toda cultura. La política y la ideología tienden a desconocer esta dimensión implacable: la presencia del virus es vista como si fuera resultado de un simple accidente ocurrido en un mercado de especies silvestres, exento de suficientes controles sanitarios; o como si respondiera a disfuncionalidades o fallas de estos sistemas, y por último, como si se tratara de oscuras patrañas del mismo sistema que apunta a autoboicotearse, para luego afinar su lógica de producción.

La emergencia viral es producto del mismo sistema y de su anomalía simbiótica, de su rebasamiento y consecuentemente de su necesidad de corrección. El virus, con su operar aniquilante, abre el camino para una efectiva política de recuperación simbiótica. La pregunta es a qué tipo de recuperación nos estaríamos enfrentando.

La una podría ser la del reacomodo luego de la emergencia, la del volver a la misma situación de partida; una salida a la cual apuestan todos aquellos que ven en la pandemia la afectación de los procesos económicos y que relativizan o relativizaron desde su inicio la necesidad del confinamiento. Este camino podría ser el de la administración de la catástrofe, supondría la recurrencia de la alteración simbiótica, seguramente ahora en condiciones más adversas; un escenario frente al cual la solución podría caminar hacia la extremización de los expedientes sanitaristas y de disciplinamiento. Aquí, la recuperación supondría una constante dinámica de disciplina sanitaria, frente a una sociedad concebida como hospital, donde los individuos son pacientes en espera de ingresar a las UCI.

Esta línea trabaja sobre la idea de aquello que desde el discurso sanitario quiere decir, el rebrote del virus y de la pandemia. Se deberá convivir con el virus, este reducirá su letalidad en la medida en la cual los sistemas inmunitarios lo procesen y al hacerlo lo eliminen. Aquí la preocupación por revertir las causas del desquilibrio simbiótico no son relevantes, lo importante es fortalecer el sistema de alertas y respuestas, frente a fenomenos que serán mas recurrentes, modificaciones virales o nuevos virus talvez mas agresivos apareceran; no alterar las dimensiones causales de la desestabilizacion simbiótica, significa ajustar los sistemas de control y de combate, bajo el paradigma de la guerra en el supuesto de la eliminación de todo lo que aparezca.

La otra salida va en dirección de modificar radicalmente las condiciones causales de la alteración simbiótica, tanto por el lado de la afectación ambiental, como por el lado de la corrección a la ‘forma’ de la aglomeración. El impacto del confinamiento, la contención de toda actividad, el detenimiento obligado a toda operación comprometida con la lógica de la expansión y el crecimiento ‘desmesurado’ que está en la causa de la alteración simbiótica deberá ser removida. La virulencia del COVID 19 ha sido de tal dimensión que el nivel de la re-estabilización será también de radicales proporciones. El nivel de la respuesta será tanto en las dimensiones intimas como en las colectivas, ya que el virus ha desplegado su intervención letal en ambas dimensiones. La clausura ha sido un poderoso momento de reflexión colectiva, de re-ensayo de la forma social, de re-examinación de sus condiciones efectivas.

El enclaustramiento obligado en la intimidad, puede sonar a pérdida de la libertad para la percepción apurada o aturdida, el mirar la clausura como pura lógica de encerramiento, puede ser una lectura funcional a la operación de resistencia a la transformación, que el mismo virus promueve con su violenta disrupción. Una lectura que se agota en la pura redundancia de su enorme decencia, pero que termina por ser funcional a la lógica sanitarista y disciplinaria.

La crítica de las ideologías termina siendo nuevamente necesaria para operar una efectiva reconfiguración simbiótica. Esta deberá empezar por ubicar a la operación de clausura, como necesaria para constituir una efectiva crítica a la estabilización simbiótica previa, que había ya adquirido connotaciones patógenas, a aquella que caminaba en la dinámica de su obsolescencia, aquella responsable del arrasamiento de los bosques y de la eliminación de las especies silvestres, a aquella que producía contaminación, aglomeración, aniquilación entrópica del cuerpo social.

Solo una intensa reflexividad colectiva global, puede poner bajo examen las condiciones de destrucción del cuerpo social, que ya estaban vigentes previamente a la operación del virus y que este se ha encargado de potenciar de manera implacable.

La operación del virus obliga a examinarlo todo, las lógicas de la aglomeración, las relaciones interpersonales, las relaciones con el ambiente, con los bosques, con la naturaleza. De allí que toda visión apurada que observe el confinamiento como exclusiva afectación de la libertad, bajo el paradigma de la lógica vigilar y castigar, resulta impotente para dar cuenta de lo que realmente esta en juego con la pandemia del coronavirus.