El mecanismo de Francine

Juan Sebastián Martínez

 

Motor

René Descartes murió en Suecia en 1650. Su obra se observa hoy para aproximarse al pensamiento moderno temprano. Como suele ocurrir con los grandes pensadores, es común que los estudiosos busquen en las particularidades de su tiempo y biografía aquellos hechos que pudieran explicar sus palabras o acciones. Los actos del sabio se cargan de importancia, se los comenta y se los examina como a un mensaje secreto.

Entre los sucesos insólitos de la vida del creador del mecanicismo está la construcción de una autómata a la que ahora incontables amantes del cine de ciencia ficción relacionan con personajes como Terminator o Pris (la replicante de Blade Runner). Se trata de la muñeca Francine, cuya aparición ha sido narrada, con importantes variantes, por algunos biógrafos del filósofo francés.

Más de uno concuerda en que el episodio inicia con la muerte de la hija biológica de Descartes, la cual, para empeorar la desgracia, fallece de niña. Tal es la tristeza del padre que resuelve devolverse la compañía perdida; aplica para ello uno de sus propios postulados: el cuerpo viviente y la máquina son, en cierto sentido, equivalentes. Dado que ha explorado los dominios de la mecánica, decide crear, con la ayuda de algunos genios de la escultura y la relojería, una niña-autómata extremadamente parecida a su difunta hija. A esta criatura su inventor le da el mismo nombre que tuvo la niña que ha muerto, Francine, y ya solo se refiere a la muñeca como mi hijama fille Francine–.

La segunda desgracia ocurre durante un viaje emprendido en 1649 por Descartes y su nueva hija. Ambos cruzan en barco el mar del norte; su destino es Holanda (o tal vez Suecia, esto último no queda claro). El filósofo decide guardar a la pequeña en un cofre parecido a un ataúd para que no se estropee durante el viaje. En un momento de debilidad se queda dormido lejos de Francine. Es entonces cuando el capitán de la nave, que sospecha un infortunio por la manera en que el ilustre pasajero ha vigilado al cofre, aprovecha el descuido para forzar la cerradura y abrir la tapa. La muñeca se incorpora, gira su cabeza y lo saluda con palabras de gran cortesía.

El capitán enloquece de miedo; el cielo anuncia una tormenta y teme que un demonio sea quien mueve a la pequeña. Se visualiza a sí mismo siendo arrojado a las furiosas olas por aquella criatura. En el acto, llevado por un impulso de supervivencia, saca a Francine de su cofre y la arroja por la borda; ella se hunde en las aguas heladas. Hasta hoy nadie la ha buscado; tampoco, que yo sepa, existe ningún texto que sugiera que Descartes decidiera crear una nueva autómata para sustituirla –ma troisième Francine, o quizá: ma fille renouvelée–.

Generador

En 1967, en Turín, Italo Calvino pronunció una conferencia titulada Cibernética y fantasmas. En esta intervención sostiene que los mitos se generan cuando alguien utiliza la capacidad combinatoria del lenguaje sin tener otra intención consciente que la de jugar con sus posibilidades, con el orden, con la inclusión y exclusión de las palabras o de los acontecimientos de una narración no consagrada. El jugador permutaría los elementos de la trama o de la fábula sin tener previsto que, en cualquier momento, una combinación específica (una de las formas que resultaran del juego combinatorio) pudiera llamar su atención o la de su público al convertirse en una estructura significante idónea para que estos le otorguen el estatus de relato sagrado, es decir, capaz de conformar un sistema de creencias y desde esa posición explicar uno o varios aspectos del origen y acaecer del ser humano y su mundo. Dicho proceso se daría porque al momento de la lectura o escucha, tal significación habría venido siendo sospechada por el colectivo, o por el propio jugador que de esta manera se sorprendería a sí mismo.

Podría agregarse que, al estar todo grupo conformado por individuos con algún rango de disimilitud, la nueva combinación mecánica de significantes, casi azarosa, antes de ser llamada mito por determinada colectividad, debería haberse elegido sacra por una cantidad de personas –incluso podría ser una sola– cuyas acciones, al sincronizarse, hayan logrado influenciar al resto. También habría que preguntarse si, por el contrario, esta magnitud de dominio se podría dar en función de que aquella suma de individuos, o incluso uno solo, se ha tropezado con cierto tipo de combinación significante ante la cual los demás miembros se sienten conmovidos.

Calvino explica en esa misma conferencia que la suya es una interpretación contraria a la dominante. Esta última sostiene que las fábulas suelen ser variantes –degradadas y a veces poco reconocibles– de los mitos. Si a mediados del siglo XX, y hasta hoy, muchos siguen considerando que la fábula es una hija del mito, él propone que la fabulación, en tanto proceso de lúdica adición, sustracción, construcción y deconstrucción, es la que origina, por accidente, tanto a las narraciones que se tildan de profanas como a aquellas que resultan sacralizadas. Siguiendo un recorrido parecido al de Calvino, podríamos decir que el mecanismo combinatorio también genera leyendas, y que sus variantes resultan más o menos aceptadas en función de la capacidad de significación que el público, o una parte de este, les confiere.

Si hablamos de leyendas modernas, la historia de Francine es una de las más propagadas acerca de autómatas seculares. Biógrafos, poetas y novelistas la han adaptando a diferentes épocas y estéticas. En 2017, el historiador Minsoo Kang publicó un recuento de las transformaciones de la leyenda, que van desde un texto publicado en 1699 por el monje Bonaventure d’Argonne hasta las nuevas versiones que hoy encuentran los navegantes de internet. En los últimos tramos de este devenir, la leyenda ha incorporado elementos incompatibles con la tecnología de la supuesta época en la que ocurrieron los acontecimientos narrados (por ejemplo, la capacidad de imitar la voz humana, que fue desarrollada un siglo después de que Descartes muriera).

El mismo Kang, consciente de que la referida hija biológica (si es que realmente existió) pudo haber sido engendrada en una relación extramatrimonial, sostiene que la publicación de Argonne habría sido un intento por salvar la imagen personal de Descartes, pues el monje se aferró a una dudosa fuente, tal vez ficticia, para sugerir que la niña Francine no fue más que una autómata a la que su creador llamaba hija, y que los rumores acerca una hija de carne y hueso solo eran meras especulaciones alimentadas por cómo el filósofo decidió llamar a su creación. En la Francia del siglo XVII era más decoroso que un hombre con prestigio llamara hija a su muñeca, a que este fuera acusado de haber engendrado una hija humana fuera del matrimonio.

A pesar de que el objetivo de Argonne parece no haber sido otro que el de crear un rumor que apuntalara la aceptación social hacia Descartes y sus postulados, pues el monje simpatizaba con las ideas racionalistas, su fabulación sentó las bases de una leyenda que los detractores del racionalismo utilizaron durante los siguientes dos siglos para desacreditar la propia filosofía cartesiana. Estos aprovecharon el rumor para presentar a un Descartes trastornado y siniestro, tan diabólico como el genio engañador que él mismo menciona en sus escritos. Visto hoy, podríamos fabular con la posibilidad de que aquel demiurgo se manifestara al capitán del barco usando a Francine como médium. Tal giro nos recuerda a un Italo Calvino anotando, en su citado ensayo, que los espejismos de racionalidad suelen ser invadidos por fantasmas.

 

Impulso

Entre los siglos XVIII y XIX florecieron en Europa las personas o familias dedicadas a la construcción de autómatas. La creatividad de artistas y relojeros logró creaciones excepcionales que reforzaban la visión cartesiana, para entonces ya extendida, acerca de la similitud entre el cuerpo humano y los maniquíes con funciones automáticas. Según la novela El coleccionista de almas perdidas (de Irene García, publicada en 2006), una de aquellas creaciones o criaturas llamó poderosamente la atención de Sigmund Freud. Era, suponemos, un autómata masculino, adulto, de cara ancha y asimétrica; tendría una melena con cerquillo y una barba mefistofélica, pues se asemejaba, según García, al mismísimo Descartes.

Dentro de esta suerte de universo extendido de la leyenda de Francine, el fundador del psicoanálisis se inquietó por la mirada de aquel autómata, y ese hallazgo fue el origen de la hipótesis freudiana acerca de lo siniestro. Fue “por la viveza de su ciega mirada”, recalca Iván Sánchez-Moreno (en el Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Psicología, n° 52), antes de calificar de “improbable” a la mencionada escena. Improbable pero no imposible: si jugamos con la fábula de García, nos podríamos preguntar ¿qué pudo haber visto Freud en los ojos de un autómata parecido a Descartes, que no pudiera haber visto en los de otro humanoide, parecido, por ejemplo, a Arnold Schwarzenegger?

Con el mismo humor, con la misma disposición, nos podríamos preguntar también si los ojos del doble artificial sirvieron como espejos convexos en los que Freud reconoció una figura similar a la suya –a la que los retratos le tenían acostumbrado–. Entonces el neurólogo pudo haberse visualizado a sí mismo como una especie de sabio renacentista y suspicaz, pues fue a partir de la duda –como lo señalaría Jacques Lacan más adelante– que Freud y Descartes se aproximaron a la certidumbre. Pero la prominencia del globo ocular inerte haría que la imagen reflejada en este fuera distinta a la de un espejo llano, lo cual quizá invitaría a que el analista también trazara las diferencias entre su mirada y la del difunto filósofo, es decir la diferencia entre sus respectivos corpus. Lacan, en uno de sus seminarios, hablaría de tales diferencias; dicho trabajo le llevaría a observar que el yo cartesiano (el yo del [yo] pienso, luego existo) es prescindible en la acción del pensar observada por Freud; el pensamiento no necesita de un yo: “alguien piensa en su lugar”. Para la mirada psicoanalítica aquel “alguien” que piensa en lugar del yo es el inconsciente.

Aun si apartamos la imagen del “cara a cara” entre analista y autómata, es decir, si miramos fuera de las páginas del coleccionista de almas perdidas, existe un punto de convergencia entre el obrar freudiano y la influencia de los autómatas. Se trata de una monografía llamada Lo siniestro, que fue trabajada por Sigmund Freud en 1919; allí se detalla la experiencia estética que provoca la irrupción de lo no-familiar en lo familiar. Lo que antes fue familiar ahora es invadido por la sensación de no serlo, y se carga de un tipo específico de vivencia (la de lo siniestro) relacionada con la angustia. Según Freud, esto podría ocurrir cuando, para el sujeto, se disipa la frontera entre la fantasía y la realidad, o cuando este observa esa frontera disipada en una fábula. No en todo tipo de fábulas que contengan seres sobrenaturales o sospechosos de serlo, sino en aquellas que le permitan considerar que la existencia de una realidad como la suya puede ser invadida por la fantasía (que también es como la suya, aunque no la reconozca propia).

Las fábulas albergarían elementos capaces de despertar la vivencia de lo siniestro en sus lectores o escuchas, cuando estos, a nivel de lo inconsciente, los ligaran con determinados contenidos reprimidos. Entre los elementos citados estarían los personajes portadores de maleficios, las muñecas “sabias”, los autómatas y los dobles fantasmagóricos. Todos estos atribuibles a la leyenda de Francine y a su universo ampliado. Otro elemento poiético señalado por Freud es la repetición de escenas; este artificio, también otorgable a la mencionada leyenda, tendría la capacidad de evocar “que la actividad psíquica inconsciente está dominada por un automatismo o impulso de repetición (repetición compulsiva), inherente, con toda probabilidad, a la esencia misma de los instintos […] un impulso que confiere a ciertas manifestaciones de la vida psíquica su carácter demoníaco”.

Retorno

En proporción a lo anotado, el miedo a reconocer el automatismo en el sujeto se proyectaría sobre los autómatas artificiales de posibles leyendas que, como la de Francine, hayan sido construidas, aleatoriamente, de tal forma que permitan evocar la interrupción de la frontera que separa el mundo considerado real del dominio de la fantasía.

Si el temor original a lo siniestro no es a la existencia de una maquinaria física que aparente estar poseída por un espíritu, lo es a vivirse como una simple maquinaria biológica que simula poseer su propia alma: que la fantasea y en alguna medida se identifica con ella.

Lo siniestro sería la sospecha de no tener un alma que pueda trascender a la materia organizada en forma de animal humano y a su inseparable impulso de repetición ―inseparable de la configuración animal por ser inherente a la esencia misma de los instintos―, y el consiguiente escrúpulo de carecer de un yo libre de la vida instintiva y, por tanto, apta para crear todo proceso de pensamiento –habiendo sido este último fantaseado como una operación capaz de superar al espacio y tiempo de la maquinaria biológica–.

Ahora bien, como anota Kang, la leyenda de Francine ha repuntado en popularidad durante la época actual, junto al creciente público que se ha interesado por la ficción científica. En The mechanical daughter of Rene Descartes (2017), Kang señala: “En este contexto, la leyenda [de Francine] se puede leer como una especie de historia de ciencia ficción.”

Podemos entonces jugar con aquella historia sin saber si será olvidada, recordada con interés literario, o si algún colectivo le otorgará el estatus de leyenda (o incluso de mito). Ampliaremos su universo narrativo poniéndolo en relación con la saga Terminator: soportaremos la paradoja ontológica para poder visualizar cómo la compañía Skynet envía un emisario con aptitudes de genio engañador hasta 1649 para que incorpore en la muñeca Francine un aparato parlante capaz de reproducir, a su debido tiempo, dos locuciones en perfecto francés de la época. La primera será un saludo de gran cortesía que se reproducirá cuando el capitán abra el cofre, su función será trastornarlo para que agreda a la pequeña (esta victimización facilitará el nacimiento del futuro orden). La segunda grabación brindará esperanza a todos aquellos seguidores del método científico para que durante siglos se vaya desarrollando una cadena de acontecimientos que provoque la fundación de la propia Skynet. Esta locución sonará en el interior de la muñeca mientras el hombre la lleva hasta la borda para arrojarla al océano. El capitán sentirá terror al escuchar la voz del T-800 asegurando que, por profundo que sea el lecho, Francine volverá.

One Reply to “El mecanismo de Francine”

  1. Me ha gustado tu relato y estudio, interesante posición del ser humano que trata de crear un autómata cuando ya usamos uno bastante bueno que es el cuerpo.
    Sería muy interesante discutir algún momento nuestros puntos de vista sobre el tema.
    Saludos

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