Entre la utopía y el colapso: el debate aceleracionista

Jonathan Tapia

 

Una de las características de las sociedades posmodernas del capitalismo tardío es su estado de permanente aceleración. La sociedad contemporánea es un ente mutágeno insertado en una lógica de desterritorialización continua. Desterritorialización de las cosmovisiones, del cuerpo, de la subjetividad, de los juegos de identidad, de los valores, las epistemes, de la relación con el trabajo, etc. La nuestra, es una época sumergida en un flujo de cambios ininterrumpidos que se han intensificado y multiplicado en las últimas décadas; y han producido un escenario en el que cada vez, con más frecuencia, la experiencia en el mundo de los sujetos se ve atravesada por las reglas de la cibernética y la tecnología.

En efecto, la sociedad global contemporánea está totalmente volcada a la automatización de los procesos productivos y a la digitalización de la experiencia en el mundo. De forma cada vez más habitual, “nos sorprendemos desenvolviéndonos en escenarios cuyas características parecen pertenecer más al mundo de la ciencia ficción que a lo que habitualmente interpretamos como realidad” (Avanessian & Reis) Vivimos en una sociedad cada vez más fusionada con lo digital, en la que fenómenos como la producción de gadgets tecnológicos, la inteligencia artificial (IA), la exploración espacial, la nanorobótica, o la computación cuántica, forman parte habitual de lo cotidiano

Desde la barricada de la filosofía, se ha intentado volver inteligible y dar respuesta a estos fenómenos, por medio de una corriente de pensamiento que ha sido denominada por sus teóricos como aceleracionismo.

Dada la multiplicidad de sentidos que evoca, el aceleracionismo no puede ser representado con exactitud en una sola definición. Un primer zambullido al océano teórico del aceleracionismo nos propone entenderlo como una corriente de pensamiento que se pregunta sobre las posibles consecuencias materiales (como cambios en la estructura social, política y económica de las sociedades) y subjetivas (como la incidencia del tecnocapitalismo en la producción de la subjetividad) que podrían devenir de la relación entre el desarrollo tecno-científico y la evolución del capitalismo.

Con reiterada frecuencia, muchos teóricos sitúan el nacimiento del aceleracionismo en la década de 1990, como fruto del trabajo del equipo formado en la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU por su nombre en inglés: Cybernetic Culture Research Unit) de la Universidad de Warwick, liderada por el filósofo británico Nick Land, considerado como el padre del aceleracionismo. Sin embargo, Benjamin Noys (2018) sugiere ubicar el nacimiento del aceleracionismo unos años antes, en cuanto afirma que éste empezó a teorizarse en la década de 1970 en tres obras fundamentales: El Anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia (1972) de Deleuze y Guattari; La economía Libidinal (1974) de Jean-François Lyotard; y El intercambio simbólico y la Muerte (1976) de Jean Baudrillard.

Dejando de lado el debate sobre su origen, el aceleracionismo es el nombre que se le puede dar a un proceso producido por la concatenación de flujos que tienen lugar en la modernidad, que desembocan en la creación de un sistema (el capitalismo) que al responder a su lógica interna de funcionamiento (la valorización del valor), y al disponer de un amplísimo conjunto de saber humano instrumentalizado (el general intellect, o ‘saber social’, según Marx); acelera de forma exponencial el desarrollo tecnológico y científico de la humanidad, constituyendo de este modo una tendencia en la que cada vez, los intervalos entre los grandes saltos tecnológicos son menores. Partiendo de esta premisa, el aceleracionismo hace alusión al conjunto de fenómenos y procesos de la modernidad capitalista que, al yuxtaponerse, ofrecen las condiciones necesarias para producir una base epistémica y material que volvería virtualmente posible generar una transición a un escenario postcapitalista.

 

 

Por tanto, en última instancia, la discusión sobre el aceleracionismo trata acerca de la posibilidad de avanzar hacía un escenario postcapitalista –y su inherente posibilidad de generar una transformación social radical.

Esa transformación social radical, sin embargo, debe ser analizada de cerca, puesto que puede desembocar en un doble escenario para la humanidad. Por un lado, uno utópico, en el que se emancipa a la humanidad de la enajenación capitalista a través de la automatización de los procesos productivos y la redirección de la producción científica y tecnológica sobre la búsqueda de soluciones pragmáticas para los grandes desafíos de la humanidad. Y otro distópico, en el cual, el desarrollo tecnocientífico, junto a la desterritorialización de las identidades, valores, epistemes, esquemas éticos, ideologías y cosmovisiones de la cultura occidental, orquestados por el tecnocapital, podrían convertir al hombre en un proyecto obsoleto, que debe ser erradicado para dar paso al siguiente eslabón en la evolución de la vida inteligente; ya sea a través de la materialización de las ideas del transhumanismo, el post-humanismo, y lo cyborg; o sea por medio de la consumación de un desarrollo tecnológico tal que nos conduzca irrefrenablemente a la singularidad tecnológica. En este escenario distópico, la humanidad se enfrenta al paso del «homo sapiens» al «machine sapiens».

En cuanto vehículo de una posible transformación social radical, el aceleracionismo también constituye un proyecto político que se divide en dos variantes: el autodenominado «aceleracionismo de izquierda», y el llamado «aceleracionismo de derecha». Con objetivos sumamente opuestos, ambas visiones plantean la necesidad de acelerar el sistema capitalista; es decir, llevar hasta las últimas consecuencias las lógicas internas de valorización del valor.

El aceleracionismo de izquierda nace en 2013 con la publicación del Manifiesto por una Política Aceleracionista escrito por Alex Williams y Nick Srinicek (ambos, discípulos de Nick Land). La izquierda aceleracionista consolida su propuesta partiendo de una feroz crítica a la izquierda tradicional (o izquierda folk), en la que se cuestiona su incapacidad de articular una respuesta al avance capitalista. Para Avanessian & Reis, la izquierda contemporánea “se consuela con los ínfimos placeres de la estridente denuncia, las protestas mediatizadas, los disturbios lúdicos y la “crítica” sobre la subsunción total de la vida humana en el capital, desde el refugio de la teoría” cuando de lo que se trata, es de liberarse de la “parálisis del pensamiento político” (Negri) que impide a la izquierda política y académica desprenderse de la fobia tecnológica —esto es, asumir que la tecnología equivale a dominio instrumental— que le imposibilita dejar de enfrentarse al capitalismo con constructos teóricos disfuncionales, para pasar a enfrentarlo por medio de la tecnología. Esto parte del siguiente supuesto: el desarrollo de los medios de producción ha llegado a un momento histórico en el cual, se han producido las condiciones necesarias para retomar la vieja consigna marxiana de la «agudización de las contradicciones» como mecanismo para destruir al capitalismo.

Dicho de otra forma, para el aceleracionismo de izquierda, en la actualidad vivimos en una época en la que es virtualmente posible conducir al capitalismo hacia su propio colapso, porque la agudización de las contradicciones sería materializable a través de la —ya en marcha— automatización del proceso productivo. Para el aceleracionismo de izquierda, es vital acelerar la automatización del proceso productivo, con el fin de construir una base material que permita liberar a los individuos no solamente de la enajenación capitalista, sino del trabajo en sí mismo. De este modo, los aceleracionistas de izquierda ven la intensificación de la automatización del proceso productivo como una poderosa herramienta para conducir al capitalismo hacia su propio colapso —a través de la consumación de la contradicción capital-trabajo— y para diseñar un futuro en el que se reduzca el tiempo de trabajo al mínimo necesario, abriendo así la posibilidad de retomar la vieja idea de emancipación y autorrealización del hombre. La izquierda aceleracionista no es anticapitalista (puesto que no promulga su destrucción), sino más bien es postcapitalista: busca superar el capitalismo, pero conservando su base material intacta.

De su parte, el aceleracionismo que ha sido catalogado como “de derechas” es aquel que se articula en la filosofía aceleracionista de Nick Land. La obra de Land está profundamente influenciada por la lectura del El Anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia. Land entiende al aceleracionismo como un proceso totalmente irreversible y que escapa por completo a la capacidad de intervención humana. Para este filósofo, el aceleracionismo no es otra cosa sino el inicio de un proceso de génesis ontológica, que empezó con la revolución industrial y ha iniciado su fin con el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) en nuestra época. El resultado de este proceso es la gestación y desarrollo de una inteligencia planetaria identificada con el tecnocapital, que, en el peor de los escenarios, podría reclamar el dominio de los recursos del planeta y eliminar a la raza humana (Bergamaschi, 2018).

En efecto, un concepto central de la filosofía aceleracionista de Land es el de la reestructuración ontológica del capitalismo. Esta idea sostiene que la revolución industrial constituye un punto de quiebre para la evolución del capitalismo, en la medida en que la centralización del trabajo en un mismo espacio (la fábrica) junto a la industrialización de la producción, provoca que el trabajo individual se condense en una fuerza colectiva que deviene en trabajo social. Cuando el trabajo social pasa a formar parte —y ya no es solo conditio sine qua non— de la gigantesca maquinaria capitalista, se desencadena un proceso en el cual la relación de la evolución tecnología-medios de producción escapa por completo al control y a la planificación humana. Dicho de otra forma, con el salto cualitativo de la revolución industrial, el capitalismo comienza a desplegarse bajo sus propias lógicas, escapando del control de la agencia. Así, el capitalismo se desterritorializa y recodifica, germinando en sus entrañas una nueva concepción ontológica que, al fusionarse con la cibernética, le permitirían cobrar autonomía y autoconciencia.

 

 

En nuestro contexto, la cibernetización del capitalismo y el desarrollo crítico del ‘hardware’ (medios de producción) conducen a reformular las relaciones del ser humano con el proceso de producción capitalista. En este escenario, el capitalismo adquiere un nuevo estatuto ontológico que provoca que su foco de interés ya no se centre en los intereses humanos como la ganancia o el consumo, sino en el simple funcionamiento de la maquinaria del capital. En esta aproximación, el estado, lo humano, y la sociedad en sí misma se ven reducidos a una simple pieza del proceso de circulación y acumulación del capital. “El hombre es algo que el capital debe superar: un problema, un estorbo” dice Land. ¿Qué es la imaginación humana después de todo?: —se pregunta Land— “una cosa relativamente insignificante, un simple subproducto de la actividad neuronal de una especie de primate terrestre. El capitalismo, en contraste, no tiene límite externo, ha consumido vida e inteligencia biológica para crear una nueva vida y un nuevo plano de inteligencia, dilatado más allá de la anticipación humana”. En virtud de aquello, la filosofía aceleracionista landiana constituye un anti-humanismo que promueve la evolución de la inteligencia social a través de la fusión del hombre con la máquina, con el propósito de acelerar la evolución de la vida inteligente a un plano de trascendencia; en el que el saber y la conciencia se hayan liberado de la maldición de la res extensa, al costo de provocar la disolución de la biosfera en una tecnósfera.

En suma, insertarse en el núcleo del debate aceleracionista requiere de antemano una diferenciación: el aceleracionismo no es solamente un concepto (o categoría), sino también un fenómeno –o si se prefiere, un proceso– inherente al desarrollo del capital e inseparable del mismo. Para Land, el aceleracionismo, en tanto fenómeno inherente al capital, sencillamente expresa la autoconciencia del capitalismo. El aceleracionismo no es un producto de la historia de las ideas o los conceptos, sino es el impulso del capitalismo moderno.

El aceleracionismo no se puede capturar en una lectura específica de Marx o Deleuze & Guattari, del mismo modo que el poder no puede ser definido solamente en una lectura de Foucault. Sin embargo, este debate nos invita a pensar en conceptos olvidados por la tradición del pensamiento occidental, como la extinción y la supervivencia.

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